Todo marcha de maravilla

En el olvido no cabe el enojo, porque se encarga de perder toda palabra que arregle la ambigüedad.
Asesina las expectativas; es decir las incumple y las banaliza a la vez.
Entonces,
¿para qué quería yo esta profecía de compromisos de domingo?

Quizás me sentiría más plena en el desastre, 
como antes, 
llena de peligro y vitalidad.
Es que no se puede perder el amor; 
sólo es posible gestarlo o asesinarlo.
Por eso pulsión de vida es lo mismo que pulsión de muerte.

Y ahora que estamos llegando a esta llanura, 
me preocupa despertarme un día y descubrir que seguís ahí, 
y que todavía no sabés para qué.
Lo que no se mueve, se muere, o algo así.

-¿Escuchás? Te lo sigo preguntando todo a vos porque mirarme a mí misma es un conflicto de interés.
No se puede mediar la mierda de la que sos parte, y yo estoy hundida hasta el fondo.
Por eso le adjudicamos las respuestas al resto, 
porque no hay distancia entre objeto y observador.
Le pido al mundo que por favor no me siga obligando a ser antropóloga de mí misma 
y que me permita buscarme en los ojos ajenos 
sin colgarme un rótulo de codependencia.

Pero es tarde. Yo estoy lejos y cerca a la vez.
No extraño disecar pétalo por pétalo todas las flores que no me diste,
aunque cierta vez, te compré unas flores moraditas para que las sembraras y las dejaste secar.
Quizás venían predispuestas para morirse,
como este vientre mío que se infesta cada cierto tanto de contratiempos innecesarios.



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