Sorece o Amarilla III

Soñé que viajaba con mi madre

Íbamos a conseguir tierras calientes,
sondear playas,
atravesar la noche.

Decapitábamos a un viejo
que me tocaba el culo
y lo enterrábamos en unas cavernas inaccesibles.

En la humedad hay memoria, que es distinta al recuerdo

Soñé con Casandra y su lengua cortada
derramando sangre sobre la boca de Apolo.

Soñé que no me contradecía,
o al menos que no me importaba
que los lugares que intenté amar se hayan vuelto otras cosas que ya no caben en mí.
Soñé con que se tendía un puente
y que del otro lado estaba el círculo,
el fuego del bautizo,
la tregua donde todo importaba muy poco.

Sabíamos retirarnos para dejar que el otro fuese.
Sabíamos ser sin conquistar,
caer sin quebrar.
desposeernos

Soñé con ella y su silencio.
Tanto ruido. Tan lejos. Tan pesada de cargar la injusticia.
No quiero decir -¡Pobre Casandra!
Tanto para nada...
Quiero que me mire a los ojos cuando le corto el tiquete de ingreso
quiero que me pregunte todo y que no le tenga miedo a las respuestas
quiero que toque a la única puerta que tenemos para seguir matando al dios ingrato
y dejar de dividir espacios como un tarrito para llevar el almuerzo.
Quiero que nuestros bordes se toquen;
no, ¡que colapsen! Que implosionen y que prendan fuego. 
Que la playa sea gasolina para lo no dicho y que cada palabra que nos hemos negado hasta ahora se derrame sobre la tumba del maldito viejo que me tocaba el culo;
que cuando finalmente nos cansemos de estar lejos,
planchemos las orejas contra la marea que se retira
y que no nos quede duda de que al frente hay otra cosa;
otra Casandra quizás, multiexistente, ruidosa, posible,


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