De madrugá, Bufandas o De cuando creía en la responsabilidad afectiva

 4:00am. Anoche a las (confirma el dato en el tiny god) 10:39pm, escribió un mensaje con el enlace a un álbum de una banda que acaba de descubrir y que hace referencia a alguno de los tantos mundos simbólicos que construyeron juntos. Para justificar su acercamiento -porque ahora para acercarse se necesitan justificaciones no demasiado afectivas; no se vaya a creer que está intentando algún tipo de artilugio-, aduce a que tenía que. Es decir que, la evocación es tan potente que no compartir la información habría sido prácticamente una desconsideración.


Temprano, por la tarde, lo invitó a almorzar.

No.

¿Café?

Tampoco. Mucho por resolver para mañana. 

Estoy enfocado. 

Entro a trabajar temprano. 

Estoy tratando de estar mejor. 

Por mí, por vos, por nosotros. 

Que la mierda no sea en vano.


Hace unos 3 meses, o sea, hace 3 segundos, una de sus mitologías compartidas era la bufanda de él en su cuello y la de ella en el de él. Cargar una prenda con el aroma del amante. Sustitución semi adulta del peluchito con colonia que te regalaba el noviecito adolescente. Un pedazo de memoria olfativa para asegurarse de que el objeto amado (sí, objeto, como una agenda o un llavero) esté territorializado. Si fueran perros, serían las feromonas de los orines en vez de perfume. 


4:01am. El olor de la ropa que de tu hermana tiene el poder de recordarte aquello que no es tuyo pero que se te ve bonito encima. El ropero de tu hermana es el primer baúl del tesoro que se descubre. El lugar donde se llevan a cabo los primeros entrenamientos para la negociación ingeniosa y la resolución de conflictos. La zona de desarme entre lo que se quiere y lo que no nos pertenece. 

Claramente, se conoce el ropero de la hermana como se conoce la envidia, así que ella conoce ese pedazo de tela que él andaba colgando ayer para salir al mundo. Se le veía tan empoderado, tan seguro, como si se tratase de una corbata ejecutiva de bussiness man; enfocado, on the zone, preparándose para tomar las riendas de cada rincón de su vida, por él, por ella, por ella, por los dos, por los tres. 

Porque esas pequeñas acciones constituyen los pilares de una relación consensuada, crítica y moderna.


Lo último que había aclarado, era que no la estaba reemplazando por ella. 

Un descanso. Una relación autónoma.

Una conexión.

Como cuando se pone a cargar al tiny god en el enchufe de la pared.


Ayer, ella se armó de valor y preguntó ¿Querés hablar? 

Y él dijo que no podía.

Muchas cosas que resolver para mañana.

Entrar temprano al trabajo nuevo. Respetar sus horas de descanso.

Ya no se puede eso de invertir las madrugadas sólo en aventuras densas.

Además, estar todo el día en el tiny god es demasiado.

Agota. No es práctico.

La gente se cansa, hay alguien más. Hay que ser responsables.

Hay que cuidar la energía de todos.


Estoy deprimido.


4:02am. Está acostada, despierta. Las sábanas todavía huelen a la última vez que cogieron. Quiere una reacción a su regalo. A su pedacito de sentido musical sobre algo que ya no sabe dónde está. Y como está despierta, toma a su tiny god, a su genio de la lámpara, y en una movida básica de espionaje contemporáneo, coteja que la respuesta Mañana lo escucho mejor, fue enviada a las 3:07am y que lo último que él publicó en su perfil, fue una historia, un video en el que caminaba escuchando una canción rosadita y demasiado familiar con rumbo hacia su casa.

(pausa) 

La de ella. (se alegra) La otra ella. A la media noche. Contestar el mensaje cinco horas después con la promesa de que hoy, en algún momento de su apretada agenda de restauración personal en la que no cabe hacerse responsable por las expectativas que sembró en un cuello contaminado por el olor de su inconsistencia, en algún precioso momento que le dolerá regalar, va a hacerle click a un pedazo de sentido que sólo es relevante en el contexto de un mundo que ya no existe, porque la liquidez es un mar en el que las obliga a bautizarse después de ofrecer raíces, y porque descubrirá que está agotado de invertir su tiempo en ellas, mientras se acurruca en una bufanda que antes de que llegara él, embarrialándolo todo, eran ellas quien se la robaban a escondidas del armario de la otra para sentirse bonitas y sin nada en el medio. 



Son las 4:03am, y todos se dan cuenta de que ya no saben a qué huelen.


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