Fold out your hands, give me a sign

Huehuetl de ceiba heredada, rescatada, vuelta a articular para que se eleve el rezo.
Preciosas. Llegamos ahí por una total sincronía. Por un deseo oculto en el corazón de esto que nombramos Gran Misterio.
La noche anterior la vocecita necia de Hellen me tiraba sillas por sobre la cabeza gritándome que echo todo a perder, que ya ni mis amigas me soportan, que todo es mentira, que el suelo bajo mis pies está lleno de contradicciones de las que nunca sabré hacerme cargo. Black out.
Despierto con ellas sobre mí, lamiendo mis heridas de guerra; lanzando hilos de luz para que sobreviva una vez más. Me hablan del amor, de la convivencia, de la disposición a estar en el mierdero para que yo no me haga mierda las sienes y la frente. Me duele. Me alivia. Sé que el dolor es real y que por ende estar juntas en el eclipse de la humanidad es una lotería bien agenciada. Llevo ofrendas a nuestros altares alzados en chocolate y mantequillas de marañón que nunca pagué y eso, saquear, por alguna noble razón me hace sentir más apta para sostener la fuerza y la resistencia de un mundo que se resquebraja.
Como una caverna del tiempo, entramos y salimos de nuestras edades para volvernos ancianas en cuerpos de fieras, mononokes en eras digitales y fragmentadas.
Qué gran cosa es esta huelga pronunciada de camas y pijamas. De haber sabido antes, hubiese dormido cinco minutos más. La vida es eterna en cinco minutos... 
En el tambor se nota la espiral de la vida, el pulso de cada paso repetido, siempre igual, siempre diferente, siempre impredecible pero esperable.
De haber sabido antes que todo se repite, que todo se conecta, que todo se alimenta de un destino interminable que siempre intentaremos vadear, quizás no estaríamos evitando el virus, sino procurando encarnar el perpetuo glitch, el eterno dejavú.

For neither never, nor never goodbay...

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